El forastero que llega en esta época a una Barcelona algo alterada por las reivindicaciones soberanistas trata de vislumbrar en el ambiente, en la gente de la calle, algún signo de qué cambios se van a operar en el futuro inmediato. Claro que no es fácil, más allá de las esteladas que, aquí y allá, jalonan algunos balcones, a las que dan la réplica algunas enseñas rojigualdas, bastante menos numerosas, por cierto.
Pues bien, con el alma un poco encogida por los acontecimientos que se avecinan y por estos días intempestivos y ventosos de otoño uno se aventura por las calles de la Ciudad Condal un poco cauteloso, observando como un animal doméstico al que se abandona en un territorio extraño, y es entonces cuando se pronto el viajero se topa con Vivanda, un restaurante de moda en el barrio de Sarrià.
Al entrar la calidez del ambiente le da a uno en la cara y un crisol de aromas auténticos le conquista las sensaciones. La estética, la suavidad de los tonos, la madera de la decoración, el toque vintage,todo te transporta a un ámbito claramente acogedor, tranquilo, ajeno a cualquier sobresalto más allá de los que pueda proporcionar el paladar.
Los platos revelan una cocina catalana tradicional pero muy cuidada, basada en los sabores de la tierra y productos de calidad. Platos como el huevo frito sobre puré de patata con sobrasada y membrillo, sus cocas con anchoas o sardinas, las espectaculares patatas bravas asadas o la butifarra negra de perol con manzana nos indican que estamos ante un establecimiento con personalidad propia, repleto de sorpresas para el paladar; eso sí, todas muy catalanas y a unos precios bastante asequibles (comer a la carta, si tenemos cuidado con los vinos, sale por unos 40 euros).
En fin, una sorpresa muy agradable y un lugar muy recomendable, el Vivanda, y si lo es en otoño seguro que, gracias a su terracita interior y su buen servicio, en verano es también un éxito seguro.
Fuente: Actualidad Gastronómica
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